sin puertas entreabiertas,
sin miedo al viento que se lleva
a otras bocas, el beso lanzado solo a una.
Qué bien se vive sin esperar señales,
sin estrategias para que te quieran,
sin esperar nada.
Qué bien sin última conexión,
sin la cena hecha
sin miedo a las tormentas, ni a las calmas.
Que bien sin nadie,
porque con nadie
también es todo.
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